jueves, 2 de octubre de 2008

Reflexión escrita el 2006





Yacía aburrido de esperar a que algo pasara. En su cabeza no cabía duda de que el tiempo se había estirado hasta lo intolerable, sufría de un tipo de lenta agonía que solo algunos podrían comprender. Entre las Coca-Colas y la comida basura, la inútil sucesión de segundos vacíos le consumían hasta la posibilidad de ser creativo y reírse de toda la situación.

Va mas allá de la mera abyección una existencia en trámite, imposibilitada de despertar del sopor generado por el tedio. Cuando nada parece interesarte y convives con la cara mas cotidiana del consumismo, algo de tu libertad se atrofia.

La falta de expectativas se hace una rutina rigurosa y las sorpresas son la bendición que riega las secas raíces de tu alma. No se trata de ser feliz o no, se trata de algo mucho mas simple, de dar valor a tu vida, de sentirte realmente útil y pleno.

Cuando el pulso solo recuerda para ti los segundos de tu cuenta regresiva ya no es la cuerda de tu libertad ni la alegría de disfrutar lo simple.

En ese magro estado de ánimo cariado, asolado por la futilidad y el vacío nada es demasiado llamativo. Ni el abúlico vagar por pasillos llenos de cajitas de colores llenas de promesas de calidad, ni la eventual belleza que deambula lánguida cubierta de la última moda estival.

Los cuerpos perfectos no convencen, nada en este puto mundo puede darse el lujo de la perfección. Al menos no puede concebirse perfección por medios naturales y el cirujano ha reemplazado al confesor de conciencia. Cuando menos, las mujeres se han librado de la pesada carga de tener y utilizar una conciencia. De todas maneras, toda belleza fuera de contexto se puede transfigurar en algo horrible, en un pedazo de vació lleno de hermosa carne.

Participo de un mundo que es como un pájaro sin plumaje, como el rastro supersónico de un proyectil sin casco, se percibe la rapidez, pero es imposible calcular la trayectoria.

Hay momentos argénteos, sin embargo, instantes fugaces llenos de una extraña luz inhumana. Esos instantes lo despegan a uno de todo, lo lanzan a otro vacío lleno de todo, lo conectan a uno con la "otredad" de la que habla el Don Juán de Castaneda. Palpar la esencia de esa verdadera belleza es algo mas bien divino que enaltece la condición humana y eleva el globo de plomo que todos somos a esferas impensables.

En las condiciones de vida que me circundan yazgo en todas partes, aunque me sienta erguido, duermo aunque parezca despierto.

No quiero victimizarme, mi afán es quizás descriptivo, busco desenredar la madeja de mi existencia, aprender de que estoy hecho e intentar vislumbrar en alguna esquina de mi vida, mis posibilidades reales de soñar despierto, de modelar otra vida para mi, sin miedos falsos y aterrado de verdad.

No importa si el valor de las cosas descansa en el soporte y el soporte es diáfanamente inestable, creo que que el soporte incluye la palabra sopor, lo que lo convierte en algo completamente poco atrayente. Me gustaría haber entendido desde pequeño los porqués a los que dediqué mis primeros pensamientos. Recuerdo esos momentos en que me acostaba solo de noche cuando tenía escasos siete años a mirar las estrella con el ojo muy arriba y la mente flotando imaginando las inconcebibles distancias y la posibilidad de que todos esos faros colgados en la inmensidad se hubieran apagado y me sonrieran muy tarde luces ya caducas y extintas sobre las que se tejían todo tipo de fantasías.

Pensaba en que hasta los supuestamente confiables puntos de referencia de toda una civilización no son otra cosa que lugares comunes y una ilusión mas contenida en tanta literatura que la conciencia humana se negaría patológicamente a desechar.

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